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27 agosto 2007

Brecha digital contra la aldea global

http://www.cibersociedad.net/archivo/articulo.php?art=41

Por: Javier Villate

En los últimos meses se ha avivado el debate en torno a la denominada "división digital", la división entre quienes tienen acceso al nuevo mundo de las redes digitales de información y quienes no lo tienen. Los planes de la Administración Clinton, las reuniones del Grupo de los Ocho y de otros organismos internacionales que han abordado el tema, la sucesión de informes que han estudiado las características de esta nueva realidad, todo ello ha contribuido a la renovada actualidad de este debate.


En Internet nadie sabe que eres pobre

Hay un viejo dicho en la Red que hace referencia a la posibilidad abierta de ocultar buena parte de los rasgos de identidad de uno mismo en las comunicaciones. "En Internet nadie sabe que eres un perro". Efectivamente, nadie puede saber si eres alto o bajo, delgada o gorda, hombre o mujer, niño o anciano, si eres tartamuda o sufres de incontinencia verbal... Pero de algo todos podemos estar casi seguros: que ni tú ni yo somos pobres.

En la actualidad, somos más de 300 millones de internautas en todo el mundo y nos hemos multiplicado por tres mil en tan sólo siete años. Sin embargo, eso no significa más que tan sólo estamos conectados el 5 por ciento de la población mundial. Tras esa cifra ya podemos intuir que una profunda desigualdad está caracterizando al desarrollo de la red que llamamos global.

Hace tres años me hacía eco de una intrigante pregunta que hizo un habitual colaborador de Le Monde Diplomatique, Alain Gresh: "¿qué milagro haría falta para que los muchachos de los pueblos jóvenes de Lima, de las aldeas africanas o de los barrios neoyorquinos se encontraran en el ciberespacio?"2. Las estadísticas han cambiado, pero apenas ha sufrido alguna modificación sustancial la realidad que se esconde tras ellas. Según el informe sobre el Estado de Internet 2000 del Consejo de Internet de Estados Unidos3, sólo 1,5 millones de africanos están conectados a la Red, y de estos un millón viven en la República Sudafricana. Menos, pues, del 1 por ciento de los internautas son africanos4, a pesar de que sus casi 750 millones de habitantes representa el 10 por ciento de la población mundial. África, pues, está del otro lado de la brecha digital, está desconectada de una Red que difícilmente puede ser considerada global.

La estadística africana es más sangrante si la comparamos con los 136 millones de internautas que hay en América del Norte, los 83 millones que hay en Europa o los 233 millones que hay en Asia. En este último caso, esta estadística global no puede ocultar las enormes diferencias existentes entre países. Indonesia, con una población de 200 millones de habitantes, sólo cuenta con 900.000 usuarios de Internet. En Pakistán, con 140 millones de habitantes, hay solamente 250.000 usuarios; en Bangladesh, unos 40.000; en Nepal, 8.000 y en la India, cerca de un millón de cibernautas entre sus mil millones de habitantes. La mayor parte de Asia también está del otro lado de la brecha digital. Y lo mismo sucede con América Latina, con 4,1 millones de personas conectadas en estos momentos, a pesar de que una buena cantidad de estudios auguran fuertes tasas de crecimiento en esta parte del mundo.

Como ha señalado recientemente el World Resource Institute (WRI), unos 4.000 millones de personas apenas han sido afectadas por la revolución de la información. Esta prestigiosa organización ha señalado que hay más cuentas de Internet en Londres que en todo el continente africano y que el 80 por ciento de la población mundial está al margen del nuevo mundo digital. Otras fuentes han llamado la atención ante el hecho de que más del 90 por ciento de los servidores de Internet están en los países desarrollados y que Nueva York tiene más servidores que África, que Tokio tiene más teléfonos que toda África o que Finlandia tiene más servidores de Internet que América Latina. Y así podríamos seguir dando estadísticas a cual más alarmante.


Pobres entre los ricos

Sin embargo, la brecha digital también tiene su expresión en el interior de los países más ricos. En los últimos meses, Estados Unidos está viviendo un animado debate sobre esta cuestión, cuya superación ha sido calificada por el presidente Clinton como un "objetivo nacional".

Un informe de la Administración Nacional de Telecomunicaciones e Información (NTIA), Falling Through the Net: Defining the Digital Divide, publicado el pasado mes de julio, ha hecho balance de los esfuerzos llevados a cabo para cerrar la "división digital". A pesar de avances muy notorios5, las diferencias de rentas siguen siendo determinantes en el acceso a Internet. A pesar de que el 44 por ciento de la población del país ya está conectada a la Red, diversos estudios han señalado que mientras el 83 por ciento de las personas de los sectores sociales de mayores ingresos tienen acceso a Internet, el porcentaje se reduce al 35 por ciento entre los sectores de rentas más bajas. Según un estudio de la Federación de Consumidores de América, el ingreso medio de quienes están plenamente conectados es de 45.000 dólares, mientras que el de los que están desconectados es de 25.500 dólares.

Aunque en bien sabido que las desigualdades sociales son más grandes en Estados Unidos que en Europa, en el Viejo Continente también se ha abierto una brecha digital. Según un estudio de la Oficina Nacional de Estadística del Reino Unido, tan sólo una cuarta parte de los británicos estaban conectados a Internet en el primer trimestre del 2000, si bien esta cifra es el doble de la existente hace un año. Sólo el 3 por ciento de las familias con rentas más bajas tenía acceso a la Red el año pasado. Los porcentajes son notablemente más bajos en Irlanda del Norte, Escocia y el Noreste de Inglaterra. Estadísticas similares se han obtenido en estudios realizados sobre la población en línea australiana y de otros países europeos, aunque con peores resultados a medida que descendemos hacia el sur del continente. En términos globales, sólo el 22 por ciento de la población europea está conectada a Internet, una proporción que es la mitad de la estadounidense.


Buscando soluciones

La tarea de cerrar la brecha digital parece inmensa, casi inabordable. ¿Cómo se puede llevar Internet a 900 millones de analfabetos? ¿Cómo hacerlo a los tres mil millones de personas que sobreviven con menos de 400 pesetas al día? ¿Para qué pueden querer Internet los 1.200 millones de personas que carecen de agua potable? ¿O los 3.000 millones que no tienen atención médica? Como dicen algunos críticos de los planes de las grandes potencias sobre la "división digital", los pobres no comen ordenadores portátiles. Y lo que es peor, ¿cómo nos podemos tomar en serio los proyectos globales de ayuda y fomento del acceso del Tercer Mundo al nuevo mundo digital cuando la ayuda de los países ricos a los países pobres ha caído un 20 por ciento durante los años noventa?

No puede haber dudas de que cuando el hambre, las enfermedades y las guerras asolan las vidas y la muerte de millones de personas en África, Asia y América Latina, hablar del acceso a la información digital es una broma carente de los más elementales principios éticos. En el mejor de los casos, es una seria equivocación, porque nadie puede imaginarse a una persona hambrienta, o enferma de malaria, o de tuberculosis, o analfabeta, o que desconoce lo que es la electricidad, sentándose ante un teclado y un monitor. Eso no se lo puede creer nadie.

Y, sin embargo, por muy prioritarias que sean las necesidades de comida, salud, seguridad y paz, todavía debe incluirse en cualquier plan de desarrollo la promoción del acceso a las comunicaciones digitales, aunque sea en un lógico orden de prioridades. A fin de cuentas, las tecnologías de la información y la comunicación pueden ayudar a las economías de los países en desarrollo, a la comercialización de los productos de los agricultores, a la atención médica en las zonas rurales remotas, a la educación de los niños y jóvenes.

En este punto, no basta con "pensar global y actuar localmente"; hay que actuar también globalmente. Y eso pasa, en primer lugar, por dar pasos decisivos para cancelar la deuda de los países pobres. En la reunión de Colonia de 1999, el Grupo de los Ocho (G-8), que agrupa a los siete países más ricos del planeta y Rusia, decidió condonar 100.000 millones de dólares de la deuda de los 25 países más pobres. Pero un año después, sólo se han condonado 15.000 millones de dólares de nueve países. En la reciente cumbre de Okinawa del G-8, los líderes mundiales pasaron de puntillas sobre esta cuestión. Mientras tanto, como denunciara la organización no gubernamental británica Oxfam, con los 750 millones de dólares que se gastaron en la celebración de dicha cumbre se podría haber pagado la educación de 12 millones de niños durante un año.

Organismos internacionales como el Banco Mundial, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), UNESCO y otros aprueban proyectos para ayudar a los países en desarrollo a recortar las distancias. El PNUD, por ejemplo, en colaboración con los gobiernos y el sector privado, tiene en marcha varios programas para ofrecer apoyo tecnológico y crear entornos reguladores apropiados para el desarrollo de las nuevas tecnologías en los países pobres. Además, está trabajando en el desarrollo de aplicaciones innovadoras que ayuden a luchar contra la pobreza y en favor del desarrollo humano. Es el caso, por ejemplo, del Servicio de Tecnologías de la Información de las Naciones Unidas (UNITeS), cuyo objetivo es formar grupos en dichos países para fomentar el desarrollo de los usos y las oportunidades de Internet y las tecnologías de la información. El PNUD también ha decidido trabajar con la Organización Mundial de la Salud y otras agencias internacionales para desarrollar la Health InterNetwork, que enlazará 10.000 sitios de hospitales y clínicas de países en desarrollo. Otro ejemplo es la colaboración del PNUD con la compañía Cisco Systems para establecer centros educativos en red en países africanos. Este organismo de Naciones Unidas también ha acordado con el Banco Mundial la creación de una "pasarela global de del desarrollo", que desarrollará la enseñanza a distancia. El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y representantes de varias multinacionales han creado el Foro Africano de Tecnología, con el fin de incrementar el acceso a las nuevas tecnologías en el continente negro.

El G-8 decidió en Okinawa crear un grupo de trabajo sobre Oportunidades Digitales --también denominado DOT Force--, el cual hará recomendaciones sobre cómo ayudar a los países pobres a recortar la creciente brecha digital. El objetivo de este grupo es "movilizar los recursos y coordinar los esfuerzos de gobiernos, sector privado, fundaciones, instituciones multilaterales e internacionales y otras organizaciones para recortar la división digital internacional y crear oportunidades digitales". Pero son pocos quienes confían en que un organismo que ha hecho tan poco en el pasado por luchar contra la pobreza y en favor del desarrollo del Tercer Mundo, vaya a cambiar ahora repentinamente de rumbo. El comienzo del citado grupo de trabajo tampoco es muy alentador. El DOT Force estará compuesto por dos representantes de cada país miembro del G-8, uno designado por el gobierno respectivo y otro en representación del sector privado. Ninguna representación de las respectivas sociedades civiles, cuyas organizaciones, según dicen, serán consultadas. En todo caso, los organismos internacionales han de cumplir sus promesas, como recordara Kofi Annan en las palabras citadas al comienzo de este artículo.

La participación del sector privado en esta ingente tarea es también vital. Hewlett Packard, por ejemplo, va a abrir el año que viene laboratorios informáticos en China e India. Su objetivo es conseguir un millón de socios, entre compañías multinacionales, organizaciones regionales y personas individuales, para proporcionar tecnología y servicios para programas de salud, educación, acceso a créditos y a mercados en mil comunidades rurales. Cisco Systems, además de su proyecto de colaboración con el PNUD, está desarrollando su programa Network Academy, orientado a la formación de jóvenes estudiantes, que ya ha supuesto la creación de 5.300 programas locales en todo el mundo, aunque 3.500 de ellos están ubicados en Estados Unidos. Es bien conocido, también, que Bill Gates ha creado su propia fundación con fines filantrópicos y que otros altos ejecutivos de grandes compañías de Internet han seguido su ejemplo. Podríamos seguir detallando muchos otros proyectos definidos por las grandes compañías privadas de las telecomunicaciones y de Internet, pero esta muestra será suficiente. No nos interesan las motivaciones --cada cual puede hacer sus conjeturas--, sino que los empeños sean coherentes y no medios para desarrollar mercados cautivos.

Que la participación, filantrópica o comercial, del sector privado es vital lo demuestra, también, el proyecto Africa ONE. Puesto en marcha por Lucent Technologies y Global Crossing, con una inversión de 1.900 millones de dólares, persigue conectar los países africanos a través de una red de fibra óptica para finales del 2002. El proyecto creará 32.000 kilómetros de cable de fibra óptica submarinos y entre 20 y 30 estaciones terrestres en las costas africanas. Según sus promotores, la capacidad de este cable de 80 gigaoctetos por segundo será un 70 por ciento más barata que las conexiones vía satélite. Además, ayudará a eliminar las tarifas de tránsito que pagan las operadoras africanas a los transportadores no africanos, estimadas en 400 millones de dólares.


La necesidad de un enfoque global

Si se quiere recortar la brecha digital entre países ricos y países pobres, hay que abordar sus necesidades básicas de forma conjunta. Los países en desarrollo necesitan inversiones y capital, infraestructuras, tecnología, expertos y equipos. Y necesitan todo eso simultáneamente; de lo contrario, cualquier proyecto estará destinado al fracaso. Se pueden emprender proyectos locales, animados por ONGs, gobiernos y emprendedores, pero su alcance será siempre demasiado limitado. Para que aquellas necesidades pueda ir siendo satisfechas, es preciso actuar sobre la cancelación de la deuda, sobre la creación de mercados competitivos y eficientes, sobre la erradicación de las enfermedades y el analfabetismo, sobre la educación y, finalmente pero no menos importante, sobre la participación de la sociedad civil y los ciudadanos en un marco de libertades democráticas. Hay que actuar sobre todos estos frentes si se quiere que los avances tengan bases sólidas para el futuro.

El Banco Mundial tiene razón cuando dice que hay dos tipos de brechas: la de la eficiencia de los mercados y la del acceso. Tiene razón cuando llama la atención de la necesidad de desarrollar en los países en desarrollo entornos dinámicos y competitivos para que puedan florecer la innovación y la iniciativa privada. En los países ricos hemos conocido las ventajas que ha supuesto la ruptura de los monopolios de las telecomunicaciones y la liberalización progresiva del sector. Pero también estamos conociendo sus insuficiencias, en particular cuando los antiguos monopolios siguen disfrutando de posiciones de privilegio por la debilidad de los gobiernos para establecer unas reglas de juego verdaderamente competitivas, así como por la escasez de políticas públicas que fomenten el acceso universal. Los países pobres deben tener en cuenta estas experiencias y el Banco Mundial, también.

Por eso es preciso subrayar que la iniciativa privada, aun siendo vital, debe ser complementada con políticas públicas que garanticen que nadie quede atrás y que todas las actuaciones se inserten en un plan global que sirva al interés público. Tan importante como el desarrollo de mercados competitivos y eficientes es el desarrollo de la educación y de la participación ciudadana en un marco de libertades democráticas. Como ha demostrado fehacientemente el economista indio Amartya Sen, premio Nobel de economía de 1998, el desarrollo no se identifica con el aumento de las rentas y de la riqueza, sino con el aumento de la libertad, de las capacidades de los individuos para llevar aquellos tipos de vida que tienen razones para valorar. Y esas capacidades sólo pueden desarrollarse cuando el hambre, las enfermedades, las guerras y la falta de educación dejen de ser factores determinantes que restringen las opciones que pueden tomar las personas. Unos mercados que estén rodeados de seres obligados a luchar diariamente contra el hambre y las enfermedades, machacados por la guerra, que no saben leer y escribir o que no pueden expresar libremente sus demandas, unos mercados así no serían más que cuerpos extraños, islas de una actividad económica que no podría expandir sus beneficios ni servir de motor del verdadero desarrollo.

Todos los planes y proyectos de organismos internacionales y grandes multinacionales deben adoptar este enfoque global si quieren realmente reducir esa brecha digital con la que no queremos vivir. Porque, en última instancia, el acceso que necesitamos los hombres y las mujeres de los países pobres y de los países ricos no es tanto el acceso a la información mercantilizada o a algún servicio específico como el acceso a la libertad de poder elegir el tipo de vida que queremos llevar.


Notas

1 Este artículo fue publicado originalmente en la revista en.red.ando el 7 de noviembre de 2000 en http://enredando.com/cas/enredantes86.html.
2 Cfr. "Norte y Sur en el ciberespacio. Ricos y pobres en la aldea global", 12-10-97, http://www.enredando.com/cas/cgi-bin/enredados/plantilla.pl?ident=107.
3 State of the Internet 2000, USIC, http://www.usic.org/papers/stateoftheinternet2000/intro.html.
4 Hay estudios más recientes que señalan que son 5 millones los africanos conectados a Internet, siendo el 70 por ciento sudafricanos y egipcios. Otros indican que la cifra ronda los tres millones. Las disparidades de las estadísticas sobre Internet --o los errores de los periodistas-- ya no extrañan a nadie.
5 El verano pasado marcó el momento en que, por primera vez, las mujeres han superado a los hombres en el uso de Internet en Estados Unidos y el número de afroamericanos, hispanos y otras minorías conectados a la Red ha crecido notablemente.

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