El viejo negocio de la ruptura ha dado un giro decididamente orwelliano, con pruebas digitales como mensajes de correo electrónico, rastreos de visitas a páginas web y registros de los teléfonos móviles que ahora están presentes en muchos casos de divorcio polémicos.
Los amantes despechados se roban sus BlackBerrys mutuamente. Los cónyuges desconfiados se piratean uno a otro sus cuentas de correo electrónico. Cargan programas de vigilancia en el ordenador familiar, y a veces descubren infidelidades sorprendentes.
Los abogados de divorcios se proponen sistemáticamente encontrar cualquier dato privado sobre los adversarios de sus clientes, y a menudo contratan a detectives con sofisticadas herramientas digitales forenses para fisgonear en los ordenadores de las casas.
Los defensores de la vida privada cada vez están más preocupados por el hecho de que las herramientas digitales están proporcionando a los gobiernos y a las empresas poderosas la posibilidad de asomarse a la vida de la gente como nunca.
Pero los verdaderos fisgones con frecuencia están más cerca de casa. Este año, un asesor de tecnología de la zona de Filadelfia, que no quería que se usase su nombre porque tiene un hijo adolescente, empezó a sospechar que su mujer tenía un romance.
En lugar de enfrentarse a ella, el marido instaló un programa de unos 35 euros llamado PC Pandora en el ordenador de la mujer, un portátil que él compró.
El programa fotografiaba furtivamente la pantalla cada 15 segundos y le enviaba las fotos por correo electrónico. Pronto tuvo un panorama general de los sitios que visitó y los mensajes instantáneos que mandaba.
Como el programa también capturaba sus contraseñas, el marido pudo además acceder e imprimir todos los correos electrónicos que recibió y envió su mujer durante el último año. Lo que descubrió acabó con su matrimonio.
Según él, durante 11 meses estuvo viendo a otro hombre, el padre de uno de los compañeros de clase de su hijo en una escuela en las afueras de Filadelfia
El marido asegura que no sólo concertaban citas, sino que colgaban fotos explícitas de ellos mismos en Internet y solicitaban relaciones sexuales con otras parejas.
El marido, al que llegamos a través de su abogado, explica que la decisión de invadir la vida privada de su mujer no fue fácil.
Una mujer relata que el año pasado empezó a tener la sensación de que su marido, un cirujano de Manhattan, estaba distante y obsesionado con su Blackberry.
Por su cumpleaños le preparó un baño de espuma y se abalanzó sobre dicho aparato mientras él estaba en la bañera. Entre sus mensajes de correo electrónico encontró pruebas de que tenía un romance con una médico residente.
Unas semanas más tarde, después de que la pareja intentase reconciliarse, la mujer consiguió accederá la cuenta de su marido en America Online y encontró mensajes de una empresa hipotecaria.
Resultaba que había comprado una vivienda en Manhattan por 2,2 millones de euros, donde pretendía continuar con su relación. "Cada vez que miraba su correo electrónico me sentía nerviosa", confiesa la mujer.
Encontrarse en el lado del receptor del espionaje electrónico puede resultar particularmente inquietante. Jolene Barten-Bolender, de 45 años y madre de tres hijos, que vive en Dix Hills, a unos 65 kilómetros al este de la ciudad de NuevaYork, contaba que hace poco AOL y Google, el mismo día, le informaron de que habían cambiado las contraseñas de las dos cuentas de correo electrónico que estaba usando, e insinuaban que alguien logró acceder a ellas y estaba leyendo sus mensajes.
El año pasado descubrió un aparato de rastreo en el hueco de la rueda del coche familiar. Sospecha de su marido, con el que lleva casada 24 años y del que se está divorciando.
Tres cuartas partes de los casos de Nancy Chemtob, una abogada de Manhattan especializada en divorcios, ahora incluyen algún tipo de comunicación electrónica.
Según explica, pide a los jueces por rutina órdenes judiciales para confiscar y copiar los discos duros de los ordenadores de los cónyuges de sus clientes, en particular si hay oportunidad de echar un vistazo al panorama financiero completo de una pareja o de saber si uno de los padres es idóneo para recibir la custodia de los niños.
James Mulvaney, detective privado, dedica gran parte de su tiempo a husmear en los archivos de los ordenadores de los cónyuges en proceso de divorcio. Su especialidad es recuperar archivos como registros bancarios y mensajes de correo electrónico a los amantes secretos. "Cada golpe de tecla se queda guardado en el ordenador", sostiene, "para siempre". (EL PAIS)
Los amantes despechados se roban sus BlackBerrys mutuamente. Los cónyuges desconfiados se piratean uno a otro sus cuentas de correo electrónico. Cargan programas de vigilancia en el ordenador familiar, y a veces descubren infidelidades sorprendentes.
Los abogados de divorcios se proponen sistemáticamente encontrar cualquier dato privado sobre los adversarios de sus clientes, y a menudo contratan a detectives con sofisticadas herramientas digitales forenses para fisgonear en los ordenadores de las casas.
Los defensores de la vida privada cada vez están más preocupados por el hecho de que las herramientas digitales están proporcionando a los gobiernos y a las empresas poderosas la posibilidad de asomarse a la vida de la gente como nunca.
Pero los verdaderos fisgones con frecuencia están más cerca de casa. Este año, un asesor de tecnología de la zona de Filadelfia, que no quería que se usase su nombre porque tiene un hijo adolescente, empezó a sospechar que su mujer tenía un romance.
En lugar de enfrentarse a ella, el marido instaló un programa de unos 35 euros llamado PC Pandora en el ordenador de la mujer, un portátil que él compró.
El programa fotografiaba furtivamente la pantalla cada 15 segundos y le enviaba las fotos por correo electrónico. Pronto tuvo un panorama general de los sitios que visitó y los mensajes instantáneos que mandaba.
Como el programa también capturaba sus contraseñas, el marido pudo además acceder e imprimir todos los correos electrónicos que recibió y envió su mujer durante el último año. Lo que descubrió acabó con su matrimonio.
Según él, durante 11 meses estuvo viendo a otro hombre, el padre de uno de los compañeros de clase de su hijo en una escuela en las afueras de Filadelfia
El marido asegura que no sólo concertaban citas, sino que colgaban fotos explícitas de ellos mismos en Internet y solicitaban relaciones sexuales con otras parejas.
El marido, al que llegamos a través de su abogado, explica que la decisión de invadir la vida privada de su mujer no fue fácil.
Una mujer relata que el año pasado empezó a tener la sensación de que su marido, un cirujano de Manhattan, estaba distante y obsesionado con su Blackberry.
Por su cumpleaños le preparó un baño de espuma y se abalanzó sobre dicho aparato mientras él estaba en la bañera. Entre sus mensajes de correo electrónico encontró pruebas de que tenía un romance con una médico residente.
Unas semanas más tarde, después de que la pareja intentase reconciliarse, la mujer consiguió accederá la cuenta de su marido en America Online y encontró mensajes de una empresa hipotecaria.
Resultaba que había comprado una vivienda en Manhattan por 2,2 millones de euros, donde pretendía continuar con su relación. "Cada vez que miraba su correo electrónico me sentía nerviosa", confiesa la mujer.
Encontrarse en el lado del receptor del espionaje electrónico puede resultar particularmente inquietante. Jolene Barten-Bolender, de 45 años y madre de tres hijos, que vive en Dix Hills, a unos 65 kilómetros al este de la ciudad de NuevaYork, contaba que hace poco AOL y Google, el mismo día, le informaron de que habían cambiado las contraseñas de las dos cuentas de correo electrónico que estaba usando, e insinuaban que alguien logró acceder a ellas y estaba leyendo sus mensajes.
El año pasado descubrió un aparato de rastreo en el hueco de la rueda del coche familiar. Sospecha de su marido, con el que lleva casada 24 años y del que se está divorciando.
Tres cuartas partes de los casos de Nancy Chemtob, una abogada de Manhattan especializada en divorcios, ahora incluyen algún tipo de comunicación electrónica.
Según explica, pide a los jueces por rutina órdenes judiciales para confiscar y copiar los discos duros de los ordenadores de los cónyuges de sus clientes, en particular si hay oportunidad de echar un vistazo al panorama financiero completo de una pareja o de saber si uno de los padres es idóneo para recibir la custodia de los niños.
James Mulvaney, detective privado, dedica gran parte de su tiempo a husmear en los archivos de los ordenadores de los cónyuges en proceso de divorcio. Su especialidad es recuperar archivos como registros bancarios y mensajes de correo electrónico a los amantes secretos. "Cada golpe de tecla se queda guardado en el ordenador", sostiene, "para siempre". (EL PAIS)
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