Por: Enrique Erazo, Business Technology Master Consultan de Hitachi Data Systems México
A un niño nacido en los primeros años del siglo XXI, aún le cuesta entender que hubo un tiempo no muy lejano en el que los teléfonos celulares no existían, la transmisión remota de documentos se realizaba mediante un aparato llamado fax y el envío de lo que él llama E-mails se realizaba mediante hojas de papel, sobres y estampillas que uno depositaba en un buzón y alguien más se encargaba de llevar hasta su destino.
El advenimiento de la era digital, aunado a la revolución que tuvo lugar en el mundo tras la aparición de los smartphones, devino en los últimos años en un creciente –y al día de hoy gigantesco– flujo de datos generado a partir de las interacciones que millones de usuarios a través computadoras, teléfonos, dispositivos médicos y GPS’s, conocido como Big Data.
Una gran parte de este flujo de datos, en apariencia intrascendental, proviene de habitantes de países cuyos hábitos –desde los más básicos hasta los más extravagantes– son susceptibles de generar información útil que más tarde o más temprano podría servir para identificar sus necesidades vitales y generar en consecuencia una infraestructura de servicios, así como para detectar y prevenir crisis futuras dentro de estas sociedades, ya sean del orden social, político, económico o cultural.
En tanto este enorme flujo de datos es un fenómeno de reciente aparición, muy poca gente se ha dado cuenta del potencial que existe en él. Por ejemplo, investigadores, científicos y legisladores apenas comienzan a notar que detrás de toda esta información que sube y baja a través de la red, se señalan grandes movimientos humanos de un sitio hacia otro a través de los GPS’s.
Un caso notable de esto lo constituyó el devastador terremoto que asoló a Haití en el año 2010. Un grupo de investigadores del Instituto Karolinska y la Universidad de Columbia, demostró la existencia de ciertos patrones de conducta a partir del uso de dispositivos móviles, mediante los cuales se pudo detectar el flujo de víctimas y refugiados que tuvo lugar, y los consecuentes riesgos para la salud que dicho movimiento humano acarreaba.
Tras el sismo, dos millones de tarjetas SIM comenzaron a desplazarse de Puerto Príncipe hacia el interior del país, esto es: 600,000 personas que huían de la devastación y buscaban dónde refugiarse. Con esta información en la mano, el gobierno haitiano, las ONG’s y la ayuda internacional pudieron actuar con mayor precisión y eficacia.
Por demás está claro que este flujo de datos tiene una gran utilidad en los ámbitos del marketing y la publicidad, pero si los gobiernos del mundo, la iniciativa privada y las ONG’s actuasen conjuntamente, toda esa información podría devenir en beneficios notables para esas sociedades, países y pueblos cuyo desarrollo aún se encuentra en marcha.
Una parte de ese flujo de datos se alojan en “la nube”.
Dicho de un modo metafórico: la lluvia de esa nube (que la humanidad ha formado a partir de sus nuevos hábitos y costumbres) podría servir para evitar “zonas desérticas” y “sequías” en cualquier rincón del planeta.
Es hora, pues, de poner manos a la obra.
En el caso de los proveedores de tecnología, nos corresponde, ofrecer soluciones que hagan posible el almacenamiento y administración de esta información, a la vez que se reducen costos y se cuida el medio ambiente, en ese camino, ya vamos.
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