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18 junio 2010
17:11

¿Internet puede ser neutral?


¿Computadoras o electrodomésticos? Esta pregunta inocente esconde uno de los debates más peliagudos sobre el futuro de la cultura digital.

Existen dos paradigmas en el desarrollo tecnológico: el generativo y el estéril, según describe el profesor Jonathan Zittrain en su libro The Future of the Internet and How to Stop It . El generativo permite este apogeo tecno-cultural que vivimos, donde conviven cualquier ignoto blog y servicios populares como Twitter. Esta primavera comenzó, según Zittrain, en 1977, cuando la Apple II salió al mercado. Aquel armatoste con 48 kb de RAM era tierra fértil para que hackers y programadores agregaran valor al hardware que Steve Wozniak creó y Steve Jobs supo vender. El software, gratis o pago, circulaba sin barreras.

La tecnología estéril, en cambio, no deja meter mano. Eso no le quita la posibilidad de ser económicamente exitosa. Treinta años después, el iPad -que vendió más de 800 mil unidades en diez días-, al igual que el iPhone, es estéril. ¿Por qué? Porque es delito modificarlos. Los tiene uno, pero el dueño es Apple. Otro ejemplo de tecnología estéril o tethered (atada) es el Kindle de Amazon que en julio 2009 borró por control remoto y sin consentimiento de sus usuarios la novela de George Orwell 1984. Sí, la de "Big Brother is watching you". También las apps de Facebook y Google -incluido el Android- tienen la reputación de ser plataformas exitosas, pero áridas.

Internet, sostienen con razón, es generativa por definición. Nació, creció, explotó y resucitó alentada por una estructura end-to-end en la que los intercambios se dan entre los extremos, y el caño que transporta no discrimina qué hay en cada punta: es neutral, como gusta decirse ahora. En este ecosistema meritocrático con costos y barreras de acceso relativamente bajos, nadie impidió que ideas aparentemente inviables como Wikipedia o Chatroulette surjan. Algo que sí sucedía en redes privadas no neutrales como CompuServe.

Bien. Al parecer, esa neutralidad generativa peligra. Para esquivar vericuetos kafkianos, digamos que en el equipo pro-neutralidad juegan gigantes de la talla de Google, paradójicamente dueño de TiSP, un servicio que promete conexiones de 1Gbps. También Vinton Cerf, uno de los creadores del protocolo TCP/IP, espina dorsal de Internet, viste la misma camiseta. Proclaman la neutralidad como garante de la libre expresión y las oportunidades comerciales. Sugieren al Estado asegurar la neutralidad por ley y acusan a sus contrincantes de querer trasladar Internet a un modelo cerrado, controlado, regulado, al estilo de la TV por cable, con esquemas de tarifas diferenciadas.

En el otro bando, los proveedores de Internet (ISP, por sus siglas en inglés) y Robert Elliot Kahn, otro de los creadores del protocolo TCP/IP, asocian regulación con intervencionismo. Además, argumentan que servicios de streaming como YouTube congestionan la red; y, sobre todo, no benefician a los proveedores ni de la red ni de los contenidos, sino sólo a sus dueños.

Y aunque los pro-neutralidad declaran no oponerse a que los ISP administren sus redes en tanto no discriminen, y los ISP juran que no violarán la neutralidad, la tensión ya es permanente. El equilibrio está en manos del referí, que en el caso de Estados Unidos -donde se forjan los moldes adoptados por el resto del mundo- es la Federal Communications Commission (FCC). La trifulca resurgió a principios de abril, cuando un juez de Columbia dictaminó que la FCC carece de autoridad para sancionar a Comcast, que en 2006 había interrumpido el tráfico P2P alegando que congestionaba sus redes. El mismo mes, Neelie Kroes, vicepresidente de la Comisión Europea para Agenda Digital, declaró que Internet "no es inherentemente neutral", como lo demuestra su historia.

El principio de neutralidad tambalea. Intereses económicos inmensos atentan contra los modelos generativos para obtener más control. Desde agrupaciones como savetheinternet.com , gritan: "¡No dejes que AT&T y Comcast maten a Internet!". Mientras, la mayoría se obnubila con artefactos hermosos como el iPad y jardines entretenidos -pero cercados- como Facebook. ¿Será exagerado pensar que en la próxima década asistiremos al ocaso de la cultura hacker y al amanecer de Big Brother?

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